En ocasiones, no
siempre, las calles de las ciudades se llenan de libélulas. Sí, has leído bien,
libélulas, los insectos de la buena fortuna, o eso dice la gente. Lo que no
sabe nadie, es que ellas no revolotean por las urbes y los campos por mera
razón de su naturaleza, lo hacen porque son reminiscencias. Reminiscencias de
las cosas que la humanidad ha olvidado casi por completo, o que parcialmente
olvidan en un momento tan crucial como el inicio de una guerra, conflicto,
pandemia, enfermedad, entre otras cosas.
Pocos pueden verlas,
solo aquellos de alma o corazón puro logran observarlas en el pleno apogeo de la
noche, incluso del día, ya que son tan particularmente brillantes que consiguen
distinguirse de los rayos de luz, con efímera iridiscencia para aquellos que se
fijan bien.
Sin embargo, como toda
luz, tiene oscuridad. Las antagonistas de estos seres de recuerdos casi
perdidos, son exactamente iguales, con la casi indivisible diferencia de que el
color y brillo es parecido a una serpiente, sin entrar en cavilaciones
religiosas, simplemente son así. La contraparte de los insectos iridiscentes,
tiene una función completamente relativa a los primeros; reemplazan lo
olvidado, lo perdido, por lo que no se debe tener en cuenta y mucho menos
lograr ver. Hay quienes ven a las serpentinas libélulas todo el tiempo, y
relatan su llegada como una ola gigantesca de sonrisas maliciosas que,
curiosamente, son sus propias expresiones, antes de cometer un acto delictivo o
de mala educación.
Al estar relacionadas,
lo irónico del tema es, que el de corazón puro, al poder ver las libélulas
luminosas, que como ya se conoce representan a la humanidad perdida, pasa a
olvidar su lado humano, empático, compasivo y comienza a ver a las libélulas
oscuras, hermosamente oscuras, e inmediatamente deja de tener un corazón puro,
cual puesta de sol que da paso a la noche.
Cosa curiosa todo ese
asunto. Yo no puedo dar la misma opinión, al menos no por un bando. Siempre,
siempre he podido distinguir mi sonrisa con malicia, maquiavélica prueba de que
no soy quien creo que soy, entre las libélulas oscuras, excepto cuando duermen.
Cuando ellas caen en brazos de Morfeo, yo me apodero de ese fulgor escamoso,
viperino y recorro el mundo como me apetece.

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